Mis padres vinieron a visitarme y se ofrecieron a llevarme en coche a un pueblo cercano para hacer alguna ruta sencilla. Ese día acabamos recorriendo, por error, una ruta mucho más larga de lo que planeábamos. El camino enlazaba varios accidentes geográficos, bautizados con temática religioso-expiatoria. Y nos purgamos a base de bien: pretendíamos caminar solamente unos 5 kilómetros, pero fueron 20. Fue un ejericio de paciencia, y algo de hambre.
Vimos muchas vacas, y algunos buitres negros volando en círculo y posándose en los escarpados. Pasamos calor, aunque gran parte del camino fuera a la sombra del bosque, muy verde.
Buitre negro (Aegypius monachus).
Foto de Francesco Veronesi, CC BY-SA 2.0.
Seguimos un río modesto durante unos 300 metros de ascenso hasta llegar a unas pequeñas cascadas. El agua allí era clara y helada. Busqué pececillos, pero sólo había zapateros flotando en los parches de sol. Había una cantidad no desdeñable de gente, y también de vacas, que no entiendo cómo maniobraron para pasar por los estrechos rocosos por los que tuvimos que escurrirnos. Claramente, no tengo una buena intuición de las habilidades bovinas.
Había troncos delgados cerca de esos pasos más complicados que habían sido usados muchas veces de agarre. Algunas secciones se habían pulido con la erosión y el aceite de muchas manos, y eran de un bonito color rojizo. Tenían una profundidad y brillo parecidos a los del agua del río.